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El brutalismo en Madrid
Descubre en qué consiste el brutalismo a través de algunos de los edificios madrileños más emblemáticos de este estilo arquitectónico de principios de la década de 1950.

Escrito por: Ana del Rosario Íscar

Punto de partida: La Unité d’Habitation

El término brutalismo hace referencia al estilo arquitectónico influenciado por la Unité d’Habitation de Marsella de Le Corbusier a principios de la década de 1950. Destaca por su dramatismo y carácter memorable como imagen, así como la búsqueda de la naturaleza expresiva de los materiales a través de la técnica, según recoge R. Banham en The New Brutalism.

La expansión global de este nuevo estilo coincide con la necesidad de reconstrucción en las ciudades en periodo de posguerra, lo que incrementó su popularidad. El diseño de proyectos con materiales en crudo, desnudos y sin ornamentos, permitía acelerar su construcción. Este fue uno de los motivos del auge de la construcción en hormigón en bruto (béton brut, en francés), término que dio nombre a este estilo arquitectónico.

El nuevo brutalismo: “una ética, no una estética”

En Reino Unido, el Brutalismo se presentó como una nueva propuesta contemporánea basada en la ética de la transparencia de los sistemas constructivos. Para Peter y Alison Smithson, el proyecto se desarrolla con honestidad constructiva en función de las exigencias del proyecto. Esta idea sienta las bases del Nuevo Brutalismo, que persigue la claridad constructiva mediante el diseño de edificios honestos y funcionales que se adapten a su propósito, sus habitantes y su ubicación.

Además de la utilización de materiales sin manipular, el diseño de estos espacios trata de diferenciar y articular claramente cada zona a través del sencillo reconocimiento de sus núcleos de comunicación.

La honestidad constructiva trata de no esconder el funcionamiento de los edificios, una de sus características principales es su exposición. La Escuela de Educación Secundaria de Hunstanton (1954) de los Smithson se proyecta con sus instalaciones a la vista, formando parte del espacio; incluso, visibiliza desde una torre el tanque de suministro de agua.

© French Disko

La monumentalidad brutalista en El Centro de Estudios Hidrográficos (1963) de Miguel Fisac se plantea con un pasillo que conecte los dos volúmenes del proyecto, formados por un edificio principal y un segundo cuerpo en el que se incorpora la nave de modelos y los depósitos de agua.

El hormigón está presente en la totalidad del proyecto prestándose especial importancia a los encofrados de madera que la cubren e imprentan con su veteado. De esta forma no solamente se muestra el material tal y como es, sino que además el proyecto se impregna de sus sistemas constructivos que se reflejan, con su huella, en los materiales con aportando textura.

Las vigas-hueso, denominadas por el propio Fisac, resuelven el sistema estructural de 22 metros de luz en la nave, además de permitir el paso de luz indirecta en el taller y la evacuación del agua de la cubierta. La ausencia de ornamento del brutalismo pretende dar protagonismo a la funcionalidad, es decir, la estética del proyecto se determina por su función.

© Thijs van Exel

Brutalismo residencial

La Unión Soviética hereda del brutalismo anglosajón el impulso por el desarrollo de vivienda social dando lugar a la producción masiva de viviendas en bloque, denominada Panelák. La búsqueda de la sistematización sustituye los modelos constructivos tradicionales por paneles prefabricados y sistemas pretensados, unificando los diseños y dando lugar a desarrollos urbanísticos en bloque masivos. La serialización que parte del bloque va a influenciar a toda Europa del Este, encontrando ejemplos como el Complejo de Viviendas Karaburma (1963) de Rista Šekerinski que proporciona diferentes soleamientos a las viviendas a partir de quiebros en sus aristas.

Este tipo de arquitectura ha sido muy criticada desde sus inicios principalmente por su asociación sociopolítica con la Unión Soviética, dónde se desarrolló ampliamente. Su carácter monumental hizo que algunos ciudadanos la percibieran como un tipo de arquitectura deshumanizadora.

© Robin Hamman

La ruina romántica contemporánea

Han sido muchos los edificios que se han demolido desde el fin del brutalismo, en torno a los años 80. Anthony Daniels, uno de los detractores del movimiento, señalaba el problema del antiestético envejecimiento del hormigón calificándolo de ‘monstruoso’.

La recientemente demolición de la Nakagin Tower (1970) de K. Kurokawa, como resultado del deterioro del icónico edificio organicista de Tokio, recuerda otros episodios de devastadores derrumbes de importantes iconos de la arquitectura brutalista como fueron el Robin Hood Gardens (1972), la propuesta habitacional de los Smithsons, o el Burroughs Wellcome Fund (1972) de P. Rudolph, reconocible por su aparición en la película Brainstorm de Natalie Wood.

En Madrid, La Pagoda, la torre de los Laboratorios JORBA (1967), de M. Fisac fue demolida en 1999 suponiendo la pérdida de una de las obras más importantes de la arquitectura moderna española.

«La demolición es un desperdicio de muchas cosas: un desperdicio de energía, de material y de historia». Anne Lacaton, del estudio Lacaton & Vassal.

Un ejemplo de la adaptabilidad arquitectónica es el caso de La Fábrica (1975). En 1973 R. Bofill encuentra una fábrica de cemento abandonada que decide convertir en sede del taller de Arquitectura. El proyecto parte de un complejo industrial en ruinas del que se visibiliza su estructura, casi como si se tratara de una talla con esculpido en hormigón.

Más allá de la plasticidad material del hormigón que se otorga al espacio, se muestra la preocupación de visibilizar la función frente al ornamento: honestidad constructiva.

La pesadez del material se aligera visualmente por su contraste con grandes espacios libres y de vegetación que lo acompañan, presentándose como una imagen bucólica romancista contemporánea. Es innegable que el proyecto cumple a la perfección con la característica brutalista de imagen memorable.

La tendencia actual de rehabilitación y reutilización adaptativa se ha vuelto imprescindible. En casos como la arquitectura brutalista, con grandes estructuras masivas, tiene sentido el proyecto de adaptabilidad y renovación tanto material como en uso. Si bien es cierto que se han dado con mayor facilidad casos de adaptabilidad de uso de edificios en desuso de tipo fabril a residencial, y en menor medida el caso opuesto.

© Forgemind ArchiMedia

La imagen memorable

En contraposición, a medida que transcurren los años la plasticidad escultórica de las obras brutalistas ha conseguido su aceptación global. Su continua aparición en medios audiovisuales y mediáticos ha dotado al estilo de valor contemporáneo, como por ejemplo en su relación en el cine con el imaginario de las ciudades del futuro.

Para Peter Chadwick el poder estético del brutalismo reside en sus dimensiones y majestuosidad. Estos edificios se presentaban con una ambición social y política con edificaciones imponentes de hormigón, en su mayoría.

La Casa Carvajal (1968) es un ejemplo de vivienda brutalista desarrollada en una sola planta. La utilización del hormigón como material áspero y pesado contrasta con espacios de vegetación a los que se abre y grandes volúmenes de vacío.

Javier Carvajal la proyectó adaptándose al desnivel del terreno construyéndose sobre tres plataformas en desnivel, que delimitan los espacios de la casa, y tomándose sus dos patios interiores como puntos de partida, en torno a los que se distribuyen las diferentes estancias. Además de aportar luz y ventilación, estos vacíos vegetales sirven de espacios conectores entre cada zona, separándolas formalmente, pero otorgándoles una articulación coherente.

© Cristina Rodríguez de Acuña Martínez

La sede del Instituto del Patrimonio Cultural de España (1967), conocido como la Corona de espinas, fue diseñado F. Higueras y A. Miró. Su construcción se alargó durante un largo periodo de tiempo, ya que tras su consolidación estructural se paró y abandonó la obra durante 12 años en las que se convirtió en una especie de ruina moderna.

El aspecto del edificio es impuesto por el sistema constructivo de hormigón armado que lo conforma tanto en estructura como en sus cerramientos. Se trata de un edificio circular, que inicialmente se plantea alrededor de un gran patio interior natural con una lámina de agua que conecte sus espacios. Finalmente se compondrá en torno a un espacio vacío central cubierto por una cúpula que otorga iluminación a la biblioteca que aloja en su centro.

Se proyecta en base al sistema de circulaciones verticales y horizontales que se platea, a los que se conectan cada uno de los espacios del edificio que se distribuyen en forma de gajos: dos núcleos verticales centrales se enlazan a través de pasillos en forma de anillos concéntricos que comunican con cada estancia. Las diferentes salas se conforman de manera radial en forma de gajo, rematándose en cubierta con lucernarios en forma de tetraedro (las espinas) que permitan el paso de luz indirecta a los talleres de restauración y conservación.

© Ana Del Rosario Íscar

Torres Blancas: ciudad jardín vertical

Más allá de la poderosa imagen figurativa que transmite, casi escultórica, el proyecto de Torres Blancas (1968) se presenta como exponente de la etapa final de la arquitectura brutalista, más tardía y madura.

La búsqueda de coherencia y claridad constructiva se nos muestra con una clara influencia de la obra de Le Corbusier, presentando un modelo moderno de vivienda vertical en un espacio abierto y ajardinado. Sáenz de Oiza define el proyecto a través de su estructura que le sirve de directriz de organización formal. A partir de una serie de muros pantalla y losas de hormigón armado se distribuyen las unidades de vivienda hacia el exterior en forma de matriz orgánica y discontinua.

© Daniel Lobo

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